Entre los aspectos más llamativos de nuestro Geoparque destaca la concentración de espacios de interés arqueológico y su correspondencia con cada una de las etapas de la Historia, ello permite asegurar la presencia humana en este territorio desde los tiempos más remotos hasta nuestros días.
Caverna cárstica de Castañar de Ibor
Hallazgos
de herramientas talladas en cuarcitas
del Pleistoceno Medio (hace más de 150.000 años) en las Rañas de Cañamero,
Logrosán y Alía, junto con los grabados rupestres en una caverna de Castañar de
Ibor, constituyen los primeros y más
antiguos ejemplos de la presencia de grupos de cazadores y recolectores
paleolíticos, una forma de vida alterada con la aparición de las primeras
comunidades sedentarias neolíticas (hace unos 6.000 años) de pastores y
agricultores, responsables de la construcción de los primeros monumentos megalíticos, tales como los
que se levantan en la Nava de Berzocana, en Deleitosa, en Logrosán o en Cañamero. Se trata
de dólmenes de pequeño tamaño, pero con algunos ortostatos decorados y, a
veces, con representaciones antropomorfas como el ídolo de Cañamero.
Dolmen de la finca La Nava (Berzocana)
Durante
la etapa calcolítica (hace unos 3.500 años) hacen su aparición los primeros
poblados enriscados en lugares de difícil acceso de las sierras de Las Villuercas. Son pueblos
para los que el territorio cobra un interés primordial, de ahí que en el
entorno de los mismos sea frecuente encontrar pinturas y grabados rupestres en las covachas y abrigos de las rocas
cuarcíticas. Uno de estos lugares privilegiados es el valle del río Ruecas, donde
se pueden encontrar, desde la Cueva de la Madrastra y el Cancho de la Burra
hasta el Risco de las Cuevas, una docena de paneles con los más variados
ejemplos del arte esquemático rupestre, destacando los temas de
caza y pastoreo. Uno de los lugares más espectaculares lo constituye la Cueva de
la Chiquita, en Cañamero, auténtico santuario prehistórico rupestre. Fuera de
este valle del río Ruecas, las figuraciones esquemáticas menudean por todos los riscos,
adquiriendo especial relevancia por su complejidad y belleza las del Risquillo
de Paulino, El Cancho del Reloj y el Paso de Pablo, donde se halla la silueta
en negro de un ciervo, probablemente la única muestra pictórica de la presencia en Las
Villuercas de cazadores del Epipaleolítico.
La Madrastra I y el Cancho de la Burra, pinturas descubiertas por Graciano Baus y Juan Gil en 1972
En
la Edad del Bronce, las cuevas siguieron conservando su condición de refugio
ocasional para pastores y cazadores, tal y como cabe deducir de la presencia de
toscas cerámicas como las que se han encontrado en la Cueva del Escobar de Roturas y
en el Risco de Peñas María. También las hallaremos en poblados de organización más
compleja, como el que llevó a cabo las primeras explotaciones del mineral de estaño (Casiterita) en el Cerro de San
Cristóbal en Logrosán.
Estela del Guerrero de Solana de Cabañas
Estos pobladores del primer milenio a.C. son antecesores
de los pueblos que a través de estelas
grabadas en piedra, dejaron constancia del carácter guerrero de los mismos.
Un hito en la investigación de este fenómeno lo constituyó la famosa Estela del Guerrero de Solana de Cabañas, primero de los descubrimientos en su género, donde no sólo es
importante la representación del personaje, sino de sus armas y atavío: Escudo
con escotadura en V, lanza, espada, carro, peine, espejo y una fíbula de codo,
estos últimos ejemplos de contactos con pueblos llegados de las costas de
oriente, a los que también debemos el hallazgo en Berzocana de dos torques de oro celtas y un recipiente
de bronce micénico del siglo VIII a. C. (ver fotos):
La
presencia de pueblos vetones durante la Edad del Hierro, constituye una
continuación de lo anterior, pero con unos asentamientos bien distintos; ahora el
poblamiento se ubicará en la periferia de las sierras, organizado en pequeños castros situados en la
confluencia de los ríos, como los “castrejones” de Berzocana, Retamosa, Aldeacentenera,
Alía, etc. parapetados tras potentes murallas ataludadas, torres y profundos
fosos. En la Jara los ganaderos vetones nos han dejado numerosas esculturas
zoomorfas, “verracos”, esculpidas en
las rocas graníticas de aquella zona.
Cerámica celtibérica del castro de La Coraja (Aldeacentenera-Torrecillas de la Tiesa)
Verraco de Villar del Pedroso
Los
romanos sustituyeron estas poblaciones castreñas por asentamientos rurales en
la penillanura, de los que son buenos ejemplos los vestigios de las villas rústicas existentes en las
dehesas de Logrosán, Cañamero, Berzocana, Alía, Peraleda y Villar del Pedroso.
La búsqueda de metales, hierro y plomo fundamentalmente, llevó a veces a
explorar el interior de las sierras, quedando como testimonio el poblado minero
de Berzocana, cuya necrópolis excavada por la UEX en los años setenta nutre hoy
la colección arqueológica del Centro de
Interpretación de la Arqueología Comarcal.
Ara funeraria romana de Villar del Pedroso
El
pueblo visigodo nos ha dejado en Berzocana un bello sarcófago marmóreo de color
blanco que guarda, según la tradición popular, los restos óseos de S. Fulgencio
y Sta. Florentina, hermanos de S. Isidoro de Sevilla y de S. Leandro.
Los
árabes y los bereberes construyen torreones,
castillos y aldeas en los crestones
exteriores de las sierras y en la frontera del Tajo al norte de esta comarca.
Especialmente espectacular es el poblamiento islámico en las Sierras de
Cabañas, Solana, Berzocana y Cañamero, con poblados como Arbella, Peñas María,
La Cruz Rota, Cancho del Reloj, El Terrero, El Castillejo y el Castillo de
Cañamero. En el río Tajo destacan los castillos jareños de Castros, El Marco,
Espejel y Alija, cercanos a la ciudad árabe de Vascos limítrofe con el
Geoparque de Las Villuercas.
El
empuje del reino de Castilla a comienzos del siglo XIII y el retroceso de los
árabes hacia el sur, trajo otro tipo de repoblación del territorio, con
ganaderos y colmeneros avilenses y talaveranos, génesis de la mayoría de los
pueblos actuales. La condición semiselvática de las sierras atrajo también a
reyes y nobles, según refleja en el “Libro de la Montería” el rey Alfonso XI,
quien narra las excelentes condiciones que presentaba la caza de osos y puercos
en esta comarca montuosa. Nace entonces Guadalupe,
primero como ermita mudéjar tras el descubrimiento de la imagen de la
virgen morena, ampliándose poco después a la condición de Real Monasterio, el
cual constituye desde entonces el lugar de mayor trascendencia histórica y
cultural de Las Villuercas.
Real Monasterio de Santa María de Guadalupe
Contribución al Día del Geoparque en la Blogosfera
http://www.geoparquevilluercas.es/
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