22 de octubre de 2008

EL LEGADO CULTURAL DE LA GEOLOGÍA :


© Copyright JUAN GIL MONTES 2008

LAS ROCAS DE EXTREMADURA COMO ELEMENTOS CONSTRUCTIVOS Y ARTÍSTICOS

La estratégica situación geográfica de Extremadura, a caballo entre la Meseta del Duero y Sierra Morena, hicieron que diversas y sucesivas civilizaciones se asentaran en ella desde la más remota antigüedad. Pero es con los romanos cuando Extremadura entra en las páginas de la historia, al convertirse la ciudad de Emérita Augusta en una de las diez más importantes del Imperio y capital de la provincia romana de Lusitania.
La región fue posteriormente habitada por los visigodos y los árabes y, durante mucho tiempo, su territorio fue frontera de la Reconquista castellano-leonesa. Pero su edad de oro llegó realmente con el descubrimiento de América, al ser cuna de los más importantes conquistadores del Nuevo Mundo.
Extremadura está plagada de monumentales pruebas de la habilidad constructiva de sus habitantes que labraron la historia tallando piedras y construyendo edificios que perduran, aquí y allá, donde sus hombres fueron. En este texto vamos a repasar la historia de las piedras con las que se han edificado los principales monumentos de Extremadura.
Al hablar de construcciones que han perdurado más de 2.000 años, debemos tener presente que en muchos casos lo que hoy vemos no suele ser lo que en su día se construyó, sino la resultante de multitud de procesos de destrucción, reconstrucción, aprovechamiento, adaptación y remodelación por las diferentes culturas y hechos históricos que han ido configurando el aspecto final de cada monumento en concreto.

Columnas graníticas del templo romano de Augustobriga . Talavera la Vieja

Al igual que ocurre con otras regiones enclavadas dentro del Macizo Hespérico, el granito, la cuarcita y la pizarra son las piedras predominantes en la construcción de los edificios y monumentos. No obstante, los mármoles se han incluido en los programas municipales de numerosas construcciones, sobre todo en la Emerita romana y zonas cercanas a su área de influencia, habiendo sido utilizados como rocas ornamentales para la construcción de las partes nobles (pórticos, columnas, frisos, etc.), que exigían una más fina labra. Mármoles y calizas marmóreas de la Sierra de Alconera, del Cerro Carija de Mérida, de El Calerizo de Cáceres y de otros muchos yacimientos, sirvieron también para obtener la cal tan necesaria como aglomerante para morteros y hormigones de cantos rodados de las construcciones romanas.
Asimismo, en muchas zonas, las pizarras y grauvacas, toscamente dispuestas o bien unidas con argamasa, han constituido un elemento de construcción ampliamente empleado, aunque su extracción no ha implicado, hasta fechas recientes, la existencia de canteras más o menos estables, si no que se extrajeron de los lugares más próximos a las obras de fábrica.


Las rocas como soportes de la cultura primitiva extremeña
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Es a lo largo de la amplia etapa del Pleistoceno Medio, hace más de cien mil años, cuando los primeros pobladores de Extremadura tallan las rocas y minerales más duros de la región: sílex, cuarzos y cuarcitas, para obtener sus instrumentos de caza y defensa. Entre las variadas piezas líticas talladas destacan por su belleza las llamadas “bifaces”, verdaderas obras de arte con formas almendradas y de bordes cortantes. Son numerosos los hallazgos de “bifaces” de cuarcitas en las terrazas del Guadiana, Tajo, Alagón y Tiétar. También se han encontrado bue- nos ejemplares en las excavaciones de “Los Arenales” de Malpartida de Cáceres y en las cuevas cercanas de El Calerizo de Cáceres.

Bifaz de cuarcita de las terrazas fluviales del Guadiana.
Museo Arqueológico de Badajoz


Durante el Paleolítico Superior, hace unos 25.000 años, fueron las lisas paredes de las calizas dolomíticas de la Cueva de Maltravieso, en El Calerizo de Cáceres, sobre las que aquellos primeros extremeños realizaron sus manifestaciones artísticas. Numerosas representaciones de manos (a las que curiosamente les falta el dedo meñique), animales, puntos y rayas, adornan estas rocas sobre las que los hombres, el tiempo y los fenómenos cársticos han dejado su huella indeleble.
Durante el Neolítico, el Calcolítico y bien entrada la Edad del Bronce, las manifestaciones pictóricas se realizan fundamentalmente en cuarcitas armoricanas, se trata de abrigos rupestres de escasa profundidad donde sus visitantes realizan, con óxidos e hidróxidos de hierro y manganeso, unas pinturas esquemáticas de estilizadas figuras humanas, animales, puntos y rayas rojizas o negras. Manifestaciones de este esquemático arte rupestre las encontramos, por ejemplo, en las covachas cuarcíticas de los valles del Ruecas, Almonte e Ibor, en Las Villuercas, en la Sierra de Monfragüe y en la Sierra de Alange.

Pinturas esquemáticas sobre las cuarcitas de Las Villuercas

De estas mismas épocas son también los innumerables grabados esquemáticos que encontramos en las pizarras y grauvacas aflorantes en Las Hurdes y de otras comarcas extremeñas. En ocasiones estos grabados se encuentran en los ortostatos pizarrosos y de areniscas de los monumentos funerarios, donde los primitivos extremeños dejaron representaciones solares, cazoletas, rayados lineales, reticulados e ídolos, entre otras manifestaciones simbólicas rupestres.
De finales de la Edad del Bronce son muy significativas las llamadas estelas decoradas extremeñas o del suroeste peninsular, de naturaleza pizarrosa, de areniscas o en granitos. En ellas suelen grabarse el cuerpo de un guerrero con todo su armamento y adornos personales de prestigio: escudo de escotadura, lanza, espada, casco, carro y caballos, espejo, fíbula, etc. La más conocida, por tener el honor de ser la primera descubierta en Solana de Cabañas, es la “estela del guerrero”, de naturaleza grauváquica, dada a conocer en 1898 por D. Mario Roso de Luna y que se guarda hoy en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Posteriormente se han encontrado numerosos ejemplares en otras localidades, destacando las de Torrejón el Rubio y las del valle del Zújar.
Estela del Guerrero de Solana de Cabañas


Monumentos funerarios prehistóricos
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Las primeras manifestaciones de la habilidad constructiva de los primitivos habitantes de Extremadura son los megalitos, formados por grandes piedras hincadas sin labrar que constituyen cámaras mortuorias o sepulcros. En general estas construcciones se realizaban situando una serie de grandes planchas verticales u ortostatos de pizarras, cuarcitas, grauvacas, corneanas o granitos , sobre las que se apoyaban otras losas horizontales formando así la cámara, que luego era cubierta por un túmulo circular u oval de tierra y piedras pequeñas.
De estas construcciones existen dos tipos principales: el dolmen simple que es una cámara pequeña y circular cubierta por un túmulo de rocas menudas y tierra, y el dolmen con corredor en el que se construye un pasillo rectangular o galería que da entrada a la gran cámara.

Dolmen de Valencia de Alcántara

Extremadura, y en particular en su zona occidental, presenta un amplio número de estas construcciones megalíticas. En especial es destacable el conjunto dolménico de Valencia de Alcántara, emparentado con otros similares del cercano Alentejo portugués, desde donde se su- pone que el fenómeno del megalitismo se propagó por la Península. Actualmente se conocen unos cincuenta dólmenes en el entorno de Valencia de Alcántara, que representan la concentración de dólmenes más numerosa de la comunidad extremeña.
Los dólmenes extremeños se localizan por lo general en elevaciones naturales o en las proximidades de cursos de agua, y casi siempre sobre la materia prima de la que fueron construidos, aunque muchos ortostatos fueron trasladados grandes distancias desde formaciones geológicas más alejadas. Existen dólmenes de pizarras, de cuarcitas, de diabasas, de corneanas y de grauvacas, pero los más majestuosos están construidos con grandes losas de rocas graníticas.
Sin duda uno de estos monumentos megalíticos más impresionantes y que está construido con enormes losas de granito de la zona es el Dolmen del Lácara, que se localiza en las cercanías del municipio de La Nava de Santiago en dirección a Aljucén y muy cerca de Mérida.

Dolmen con corredor del Lácara (Aljucén)

El Dolmen del Lácara se encuentra en una hondonada junto al río Lácara y se compone de un sepulcro de largo corredor, que en su día, estuvo cubierto por un túmulo elíptico de piedras y tierra; la cámara conserva ocho grandes ortostatos de granito que la delimitan y la cubierta está prácticamente desaparecida. El corredor se encuentra dividido en un vestíbulo y dos antecámaras cuya anchura oscila entre los dos metros y medio y los tres metros. Su finalidad era
funeraria y se destinó a enterramientos colectivos utilizándose durante el Calcolítico y la Edad del Bronce. En las sucesivas excavaciones realizadas se han encontrado ajuares funerarios constituidos por vasijas hechas a mano, puntas de flechas de sílex y cristal de roca, fragmentos de puñales de sílex, cuentas de collar de calcedonias, ídolos placa en mármol, diorita o pizarra, cuchillos y puntas de lanza de cobre.


Los castros prerromanos extremeños:

Los grandes castros u “oppida” extremeños fueron construidos en plena Edad del Hierro y perduraron hasta mediados del siglo I a.C., coincidiendo con la conquista y comienzos de la explotación romana del territorio. Estos recintos amurallados se adaptan a las exigencias del terreno, situándose en lugares altos y con fáciles defensas naturales: entre dos ríos que confluyen (Sansueña), en meandros encajados (Castillejo de la Orden), en crestones cuarcíticos (Estena) o calcáreos (Valdecañas), o en batolitos elevados (El Berrocalillo).

Muralla del oppidum vettón de Sansueña

El río Guadiana separaría, “groso modo”, a los poblados extremeños de la Edad del Hierro, perteneciendo a los pueblos lusitanos y vettones los situados al Norte y a los célticos y túrdulos los del Sur de este río. En todos ellos los elementos constructivos son muy parecidos. Llaman la atención sus magníficos sistemas defensivos constituidos por una o dos murallas, fosos, torres, puertas acodadas, etc. En su interior se observan los restos derruidos de las edificaciones de la acrópolis y los recintos para el ganado. El muro perimetral así como todos los elementos defensivos antes citados están construidos con los materiales más resistentes y abundantes en la zona, pizarras, grauvacas y granitos, perfectamente encajados y superpuestos a “hueso” o a “soga y tizón”.
Numerosos son los recintos amurallados extremeños, entre ellos destacamos por su interés el ”oppidum” vettón de Villasviejas del Tamuja (Botija) que, a juzgar por los restos de muralla conservados, en su mayoría derrumbes de más de dos metros de espesor, contó para su defensa con dos recintos situados a diferente cota. Aunque se han excavado recientemente algunas estructuras de habitación en el interior del “oppidum”, con interesantes hallazgos numismáticos, así como las tres necrópolis de incineración del poblado, es evidente que lo más llamativo del yacimiento son sus murallas.
La mayor parte de los grandes sillares graníticos de los dos recintos de Villasviejas se trasladaron en los últimos siglos a otros lugares próximos para ser reutilizados; con ellos se construyó el muro de una presa abrevadero en la cercana finca de Las Golondrinas, así como un puente y otra presa para un molino harinero en el río Tamuja. Si se retornaran estos bloques de rocas graníticas de nuevo a su sitio de procedencia en el “oppidum”, se podría levantar una muralla de más de 8 m de altura y 2 m de espesor.
Sin embargo no deja de ser menos cierto el avanzado grado de deterioro que este recinto presenta, permitiendo tan sólo en algunos lugares puntuales reconocer la fábrica de sus paramentos, a saber un frente exterior ejecutado en granito con bloques prismáticos de buen tamaño, en no pocos casos bastante bien labrados así como colocados “a hueso”, relleno al interior con mampostería irregular y tierra. A día de hoy es imposible determinar las características del intradós de la muralla, es decir el paramento que cerrara por dentro la fortificación, al estar del todo terraplenado. No obstante es de suponer que tuviera unas características constructivas similares a las del extradós, si acaso, algo más tosca de ejecución según paralelismos con otros castros extremeños contemporáneos.
Históricamente los vestigios de Villasviejas del Tamuja han sido identificados con la ciudad vettona de Tamusia, sin duda siguiendo la evidencia proporcionada por el actual hidrónimo Tamuja y por sus acuñaciones de monedas, ases de la serie del jinete ibérico con el epígrafe TAMUSIA. Todo indica que este“oppidum” debió tener un desarrollo muy dinámico basado en la explotación de los ricos yacimientos filonianos de galenas argentíferas, que encajan en el complejo esquisto-pizarroso del entorno del batolito granítico de Plasenzuela.

Verraco de Tamusia, IES "El Brocense" de Cáceres

De rocas graníticas son también las numerosas esculturas zoomorfas de los verracos (cerdos o jabalíes), encontrados tanto en los alrededores de Tamusia como en otros lugares del norte de Extremadura y que se relacionan con la cultura religioso-funeraria del pueblo céltico de los vettones.


Monumentos romanos en Extremadura:

Son multitud los restos de aquel imperio que aún se alzan, enhiestos, en la Comunidad de Extremadura. En muchos casos en un estado de conservación espectacular, en otros, desgraciadamente, casi nada queda de ellos o desaparecieron para siempre.
Como ya se ha dicho, el granito ha venido utilizándose desde la prehistoria en monumentos funerarios, defensivos, religiosos..., tanto por sus propiedades ornamentales como por su durabilidad, siendo símbolo inequívoco de majestuosidad y permanencia en el tiempo.
La Historia nos ha dejado excelentes ejemplos de la utilización del granito como elemento fundamental de la construcción de obras públicas o privadas monumentales, que aún siguen mostrando todo su esplendor, imperturbables al paso de los siglos.
Teatro romano de Mérida. Detalle de las columnas realizadas con mármol negro veteado de Alconera


En Extremadura el uso ancestral de la piedra berroqueña alcanza su mayor apogeo durante la dominación romana, época que marca un profundo desarrollo socioeconómico. Una bella muestra es el conjunto emeritense, cuya riqueza arqueológica, afortunadamente hasta hoy, se viene recuperando y ha dado motivos suficientes para que su conjunto monumental fuera declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en Diciembre de 1993.
Uno de los factores más importantes que debió influir en el momento de elegir el definitivo emplazamiento de la ciudad romana de Emerita Augusta, fue sin duda que, en el sitio donde se situase, se dispusiera de rocas apropiadas y suficientes para las distintas construcciones, y efectivamente en las proximidades de su ubicación se encuentran con facilidad, además de granitos de diversas facies y calidades, los mármoles y cal del cerro Carija y las gravas cuarcíticas de los aluviales del río Guadiana. La gran mayoría de los granitos utilizados en Mérida proceden de labores cercanas a la población, fundamentalmente granitos, granodioritas, dioritas y gabros de los batolitos situados al norte de la ciudad emeritense.
La ciudad romana de Emérita es pues un claro ejemplo del empleo de las rocas de los afloramientos más próximos en la construcción de los edificios y monumentos, sobre todo en los siglos pasados, cuando el transporte con carros desde lugares distantes era complicado.
Ciertamente, del conjunto monumental emeritense es el teatro romano el monumento más significativo y universalmente conocido, su construcción fue patrocinada por Marco Agripa, yerno del emperador Octavio Augusto. Su inauguración data del año 15 a.C. Tanto el teatro como el anfiteatro romano de Mérida están realizados totalmente en sillería de granito perfectamente labrada y trabajada, tanto en sus gradas como en los arcos, muros, etc. En el escenario las columnas son de mármol negro veteado de Alconera, y se apoyan sobre un zócalo de argamasa recubierto de granito.

Acueducto romano de Los Milagros. Mérida

Los mármoles de Alconera en sus variedades blanco con ligeras vetas amarillentas y grises, gris y gris con manchas blancas o rojas, negro y rojo asalmonado con textura brechoide, han sido utilizados ampliamente en la construcción de numerosos monumentos romanos de Mérida, junto con mármoles de coloración blanca y blanco grisácea procedentes del Cerro de Carija, situado al Noroeste de Mérida, así como con las cuarcitas de la Sierra de San Pedro, en el límite de las provincias de Cáceres y Badajoz.
Entre otras obras construidas con granito se pueden citar los puentes de la calzada romana que atraviesa toda Extremadura de sur a norte, la llamada hoy “Vía de la Plata”. Los puentes levantados en la entrada y salida de esta calzada a su paso por Mérida, sobre el río Guadiana y el arroyo Albarregas, son unas de las construcciones más representativas de la época de Augusto, en las que se utilizaron rocas graníticas del batolito emeritense de “Los Baldíos”, al igual que en el acueducto de Los Milagros, construido también con aparejo alterno de ladrillo y granito y del que se conservan treinta y siete pilares.

Puente romano sobre el flumen Ana en Mérida

La presa de la Albuhera o de Proserpina, situada a unos 7 km de Mérida, fue construida también con sillares graníticos por los romanos con el fin de abastecer de agua a la ciudad; esta presa, junto con la de Cornalbo, es una de las obras hidráulicas romanas más importantes de Extremadura. La presa embalsa las aguas del Arroyo de la Albuera y su estado de conservación actual es casi perfecto tras la impermeabilización recientemente realizada.
Conscientes ya los romanos de la importancia de disponer de buenos pasos sobre el Guadiana, erigieron también en Medellín una de sus mejores realizaciones peninsulares en puentes. Su longitud se estima fue de unos cuatrocientos metros, con un total de 28 arcos de entre 10 y 12 m. de luz y sólidos estribos, siendo toda su fábrica de sillares regulares de granito. La obra quedó destruida durante la Edad Media, aprovechándose sus materiales para levantar otro en su sustitución. Parte de sus cimientos originales son apreciables todavía junto al actual, sobre la orilla izquierda del Guadiana.
El puente de Alcántara, construido sobre el río Tajo por el arquitecto Caio Julio Lacer en el siglo I d.C., bajo el gobierno del emperador Trajano y sufragado por varias civitates de la zona, es otro bello ejemplo de ingeniería romana realizado con granitos. Este espectacular puente (“al-Kantara al Saif” para los árabes), que salva el cañón del Tajo tiene 58,20 m de altura sobre el nivel de sus aguas y 194 m de longitud. Consta de seis arcos sostenidos por cinco pilas; las dos pilas centrales se apoyan sobre las formaciones pizarrosas del lecho del río. Fue ejecutado también con sillares de granito y resistió imperturbable el paso de las grandes avenidas del Tajo y de las inclemencias meteorológicas casi 2.000 años, pero sucumbió ante las guerras. El puente debió permanecer intacto hasta el siglo XIII, época en que el avance de la Reconquista le infringió los primeros daños. Reparado en tiempos de Carlos I, volvió a sufrir daños en el siglo XVIII como consecuencia de las guerras entre España y Portugal, que en esta ocasión se repararon en tiempos de Carlos III. En 1809, durante la Guerra de la Independencia, los aliados destruyeron el segundo arco de la orilla derecha con objeto de evitar el paso de los franceses. La reconstrucción definitiva se llevó a cabo a mediados del siglo XIX. En la actualidad, sigue soportando el paso de los vehículos pesados que circulan por la carretera de Alcántara hacia Portugal. La calzada romana del puente de Alcántara unía Norba Caesarina (Cáceres) con Egitania (Idanha-a-Velha) y Bracara Augusta (Braga). A su paso por el río Eljas los romanos levantaron otro puente, el de Segura, de características arquitectónicas muy parecidas al de Alcántara.
Puente romano de Alcántara sobre el río Tajo


Otra obra en granito es el puente romano de Alconétar, también sobre el Tajo, probablemente de la época de Trajano o de Adriano, a comienzos del siglo II; a través de él la Vía de La Plata salvaba el Tajo en su camino hacia Salamanca y Astorga.
De lo que queda del puente se deduce su sólida construcción con un recubrimiento de sillares de granito dispuestos “a hueso” que conformaba el molde en el que se fraguó el hormigón del inte- rior. Existe en su núcleo un refuerzo que une los laterales, también de sillería de granito, en forma de cruz y formando así unas series de huecos prismáticos que se rellenaron de hormigón (“oppus caementicium”), en tongadas de hasta dos y cuatro hiladas. El sillar de granito es muy regular y tiene forma almohadillada, salvo los bloques que lindan con las cornisas. Su disposición fue la de “soga y tizón” con una cadencia general de una hilada a soga y otra a tizón.

Puente romano de Alconétar sobre el río Tajo

Los restos de lo que fue la próspera mansión romana de “Turmulus” y después poblado medieval, en las crónicas llamado “al-Qunaytarat Mahmud”, luego fortaleza templaria, quedaron bajo las aguas del pantano de Alcántara. Pero, a comienzos de los años setenta de la pasada centuria, para salvar el puente de las aguas del embalse, lo trasladaron piedra a piedra a su actual ubicación junto al cruce de la N-630 con la carretera que lleva a Coria. En un extremo del puente estaba la fortaleza medieval de “al-Qunaytarat” reedificada sobre un reducto de defensa romano y que todavía se conserva en su lugar como torre templaria llamada de Floripes, construida con sillares graníticos romanos reutilizados. La torre y su leyenda emerge a duras penas en las aguas del embalse de Alcántara.
Otra impresionante muestra de la ingeniería romana en granito son las murallas de Coria, levantadas durante el Bajo Imperio Romano, entre los siglos IV y V. El empleo en su construcción de materiales más antiguos reaprovechados pero también romanos, como estelas funerarias, delata su creación algo tardía. La muralla es un magnífico ejemplo de la arquitectura militar romana y se encuentra en un excelente estado de conservación, aunque ha registrado diversas obras de reforma y algunos de sus lienzos han quedado ocultos tras algunas construcciones más modernas. Las mayores transformaciones datan de finales de la Edad Media, aunque los avatares de las guerras y devastaciones de las que fueron testigo han contribuido más a su mejora que a su ruina. Los muros están construidos con sillería de granito bien escuadrada, en disposición a “soga y tizón”. En la mayor parte de su recorrido se pueden apreciar los recrecidos realizados en el siglo XVII en el transcurso de las guerras con Portugal; en este caso el material empleado es mampostería menuda y lajas de pizarra.
Las Ventas de Cáparra fueron abandonadas poco después de 1700 y se asentaron sobre la antigua ciudad romana de Capera. De ella queda su foro con un majestuoso arco tetrapylo erigido con sillares de granito bajo el cuál pasaba la calzada romana de la “Vía de la Plata”.

Arco cuadrifronte de Cáparra

El citado arco tetrapylo o cuadrifronte de Cáparra está internamente recubierto por una bóveda de aristas de piedra granítica talladas de forma peculiar, ya que las aristas están constituidas por sillares de formas caprichosas con numerosos planos que encajan perfectamente. Este detalle innecesario desde el punto de constructivo implica un elevado grado de especialización del trabajo de cantería de la época. Próximos se encuentran sendos puentes sobre el Ambroz y el templo de la Jarilla (dedicado a las Ninfas), todos ellos coetáneos al municipio romano y construidos con aparejo de sillares graníticos.
La construcción de la calzada romana “Vía de la Plata” que unía Mérida con Astorga, y se prolongaba hacia el sur, hasta Itálica e Hispalis (Sevilla), en algunos tramos, presenta unos 6 m de anchura, con paramentos externos o bordillos de sillares de granito regularmente tallados y perfectamente alineados, que encierran un núcleo apisonado de duras piedras menudas, generalmente cantos de cuarzos y cuarcitas, sobre el que se vertieron, como capa de rodadura, arenas graníticas (jabre) o gravillas cuarcíticas para hacerla más cómoda, rápida y segura al paso de los carruajes y de los animales de tiro y carga.
Son frecuentes los hallazgos, a lo largo de la “Vía de la Plata”, de marcos miliarios, (hitos cilíndricos de granito con base cúbica, de 0,55 m de diámetro y cerca de 1,70 m de altura, que señalaban las distancias en las calzadas romanas). Estaban colocados en cada milla (1480 m) respecto de su origen situado, en este caso, en el foro de la ciudad de Mérida. Tallados y grabados también en duras rocas graníticas han servido de mojones o “marcos” que indicaban no solo las distancias sino también bajo qué emperador se ejecutó la construcción o reforma del tramo, los límites jurisdiccionales y de diócesis en la Edad Media, etc.

Miliario de la Vía de la Plata (La Granja)

Miliario en la cantera de rocas graníticas (Mérida)


La Extremadura de las ciudades-monumento:


Cáceres, Trujillo, Plasencia, Alcántara, Brozas..., pueden citarse como ciudades en las que la mayoría de sus construcciones “históricas” se encuentran realizadas con granitos y cuarcitas.
Cáceres, la capital de la Alta Extremadura, se puede considerar una reliquia histórica, con sus recoletas calles estrechas sembradas de monumentos de piedra. Su barrio antiguo, flanqueado por murallas de la época musulmana con imponentes torres vigía, conjuga en singular armonía monumentos e iglesias medievales con palacios renacentistas.
En reconocimiento a la belleza y estado de conservación del recinto histórico artístico de la ciudad de Cáceres, el 23 de noviembre de 1986, la comisión de Patrimonio de la UNESCO acordó incluir en la lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad a la Ciudad Histórica y Monumental de Cáceres como “Ciudad Patrimonio de la Humanidad”. El conjunto monumental que alberga fue argumento indiscutible para respaldar este nombramiento. Su muralla almohade de tapial y las edificaciones de piedra, de incalculable valor histórico y arquitectónico, hacen de esta ciudad un retrato vivo de los siglos XIV al XVII como dejan patente sus casas fuertes, palacios y edificios religiosos.
Adarve de la Ciudad Monumental de Cáceres

Los edificios históricos de Cáceres, entre los que se pueden citar los cimientos de la muralla de la colonia romana de Norba Caesarina, así como prácticamente la totalidad de los palacios de la ciudad antigua, el palacio de los Golfines, la casa de los Carvajal, el palacio de los Marqueses de la Isla, la casa de los Solís, el palacio de Mayoralgo o el palacio de Moctezuma, entre otros, en menor o mayor proporción, están constituidos con granitos procedentes principalmente de las canteras próximas del Batolito de Araya, donde aún se observan labores sin terminar y zonas señaladas para seguir los arranques.
Trujillo, la antiquísima Turgalium, que a modo de fortaleza sobre un inmenso batolito de granito fue hogar de vettones, romanos, musulmanes y cristianos, así como ciudad natal de numerosos conquistadores y descubridores como los Pizarro y Francisco de Orellana. Su Plaza Mayor porticada, el castillo árabe que la domina, palacios e iglesias, así como la antigua muralla que aún conserva cuatro de las siete puertas de entrada a la ciudad, son muestras de su gran monumentalidad. En Trujillo lógicamente los materiales utilizados proceden prácticamente en su totalidad del macizo granítico sobre el que se asienta la ciudad. Son mayoritariamente granitos de dos micas y leucogranitos de coloración blanco amarillenta. La Plaza Mayor, con el palacio de Vargas, la iglesia de San Martín, el palacio de los Pizarro y demás monumentos, constituye un buen ejemplo. Los suelos de esta plaza, la fuente y el pedestal de la estatua de Pizarro están realizados también con bloques graníticos.

Plaza Mayor de Trujillo
En la ciudad de Badajoz, los núcleos de extracción de materiales graníticos hay que buscarlos en los macizos de Mérida, Barcarrota, Olivenza y Villar del Rey; la iglesia de la Soledad, de Santo Domingo, el convento de las Clarisas Descalzas, la casa de los Morales son monumentos construidos en una gran parte con materiales graníticos. La torre de la Catedral de Badajoz está realizada con sillares de granito y mampostería de ladrillo.
Los mármoles de Alconera han suministrado también material a varios monumentos de Zafra, Jerez de los Caballeros, así como de Sevilla e Itálica. Un ejemplo de ello lo constituye el Palacio de los Duques de Feria en Zafra, en los que toda la columnata, escaleras y suelos del patio interior están realizados con mármoles blancos veteados de esta zona.
En la construcción de la muralla y catedral de Plasencia se utilizaron los granitos autóctonos de la zona. Para los sillares se explotó un granito homogéneo de grano fino mientras que para la ornamentación de los elementos decorativos se empleó un leucogranito aplítico muy deleznable.
Estas rocas graníticas siempre se utilizaron como piedras de cantería en puentes, castillos, casas solariegas, iglesias, etc., pero nunca como rocas ornamentales pulimentadas sino hasta fechas muy recientes. Materiales rocosos menos “nobles” han sido, como se ha apuntado anteriormente, utilizados en la construcción de diversas obras públicas y privadas, generalmente gracias a su proximidad a las construcciones, como las calizas marmóreas próximas a Badajoz con las que se construyó el talud exterior del baluarte de la ciudad, o como las cuarcitas y areniscas del monumental monasterio mudéjar de Guadalupe, procedentes de las sierras de Las Villuercas, o como las pizarras negras de las alquerías hurdanas.

Sería imposible en este breve trabajo introductorio hacer un inventario detallado de todos los materiales utilizados en la construcción de las viviendas y en los monumentos de las ciudades y pueblos de Extremadura dado el amplísimo repertorio de obras maestras con que cuenta la región. Para conocerlas se sugiere al lector que recorra las comarcas extremeñas, sin duda en su periplo quedará maravillado por la belleza y singularidad de sus pueblos, monumentos, ciudades o de sus paisajes rocosos.

El castillo árabe y el pueblo de Capilla situados sobre un potente crestón de cuarcitas